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User / SINDO MOSTEIRO / O soño de Ariadna, s. II d. C.
Sindo Mosteiro / 5,362 items
Fotografía tomada coa vella Zenit-122 en febreiro de 1990.

(...)
Elevadas mis súplicas de este modo y añadidos a ellas mis tristes lamentos, de nuevo en aquel mismo lugar, invadiéndome, un sopor se apoderó de mi alma abatida.

No había acabado de cerrar los ojos, cuando he aquí que de entre las olas se alzó una divina faz, capaz de infundir respeto a los mismos dioses. Y poco a poco la imagen fue adquiriendo el cuerpo entero y me pareció que, emergiendo del mar, se colocó a mi lado. Intentaré describirles su maravillosa hermosura, si la pobreza del lenguaje humano me concede la suficiente facultad de expresión o si la misma divinidad me proporciona la rica abundancia de su elocuente facundia.

Primero, tenía una abundante y larga cabellera, ligeramente ensortijada y extendida confusamente sobre el divino cuello, que flotaba con abandono. Una corona de variadas flores adornaba la altura de la cabeza, delante de la cual, sobre la frente, una plaquita circular en forma de espejo despedía una luz blanca, queriendo indicar la Luna. A derecha e izquierda este adorno estaba sostenido por dos flexibles víboras, de erguidas cabezas, y por dos espigas de trigo, que se mecían por encima de la frente.

El divino cuerpo estaba cubierto de un vestido multicolor, de fino lino, ora brillante con la blancura del lirio, ora con el oro del azafrán, ora con el rojo de la rosa.

Pero lo que más atrajo mis miradas fue un manto muy negro, resplandeciente de negro brillo, ceñido al cuerpo, que bajaba del hombro derecho por debajo del costado izquierdo, retornando al hombro izquierdo a manera de escudo. Uno de los extremos pendía con muchos pliegues artísticamente dispuestos y estaba rematado por una serie de nudos en flecos que se movían del modo más gracioso.

Por la bordada extremidad, y en el fondo del mismo, brillaban estrellas y, en el centro, la luna en plenilunio resplandecía con fúlgidos rayos. No obstante esto, en toda la extensión de tan extraordinaria capa aparecía sin interrupción una guirnalda de toda clase de flores y frutos.

La diosa llevaba, además, muchos atributos bien distintos unos de otros: en su mano derecha un sistro de bronce, cuya fina lámina, curvada a modo de tahalí, estaba atravesada en el centro por tres varillitas que al agitarse por el movimiento del brazo, emitían un agudo tintineo. De su mano izquierda pendía una naveta de oro, cuyas asas, en su parte más saliente, dejaban salir un áspid, con la alzada cabeza de cuello hinchada con demasía.

Cubrían sus divinos pies unas sandalias tejidas de hojas de palmera, árbol de la victoria.

Presentándose de tal guisa y exhalando los deliciosos perfumes de Arabia, se dignó hablarme de este modo con su voz divina:

He aquí, Lucio, que me presento a ti, movida por tus súplicas, yo, la madre de la Naturaleza, señora de todos los elementos, origen y principio de los siglos, divinidad suprema, reina de los manes, primera de entre los habitantes del cielo, representación genuina de dioses y diosas. Con mi voluntad gobierno la luminosa bóveda del cielo, los saludables soplos del Océano, los desolados silencios del Infierno. Y todo el orbe reverencia mi exclusivo poder, bajo formas diversas, honrándolo con cultos de distintas advocaciones.
(...)

Apuleio, La metamorfosis o El asno de oro, s. II d. C.

MÚSICA: Claudio Monteverdi - Lamento d'Arianna 1/4
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Dates
  • Taken: Feb 1, 1990
  • Uploaded: Feb 20, 2016
  • Updated: Mar 30, 2019