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User / Antonio Marín Segovia
Antonio Marín Segovia / 182,667 items

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Ponga un gato en su vida... O varios


Mi viejo amigo, periodista, escritor y trotamundos Luis Mazarrasa me envía un delicioso artículo de El Huffington Post en el que se enumeran, con comentarios ad hoc, las once convincentes razones por las que su vida, amigo, y su salud mejorarán si se decide a dar entrada en ellas al animal más perfecto del mundo: el gato. O, mejor dicho, los gatos, porque estoy seguro de que, después del primero, no resistirá la tentación de hacerse con otro, si no con varios.

Aquí van esas razones:

1. Mantienen sano el corazón.

2. Casi se puede decir que inventaron la siesta.

3. No permiten que el fracaso se cruce en su camino.

4. Sus ronroneos calman de forma natural los nervios.

5. Viven el instante.

6. Te hacen reír como nunca pensaste que lo harías.

7. Nos enseñan la importancia de tomar decisiones estratégicas.

8. Pueden ayudar a personas con autismo a comunicarse con el prójimo.

9. También ayudan a luchar contra la depresión.

10. Saben que lo de volverse loco de vez en cuando no está nada mal.

11. Suprimen la sensación de soledad con un amor incondicional.

De todo ello, menos del punto octavo (que no pongo en duda), puedo dar fe. Y aun me atrevería a añadir otras cien razones.

¿Cien? No. Mil.

En el simpático artículo del Huffington, que está avalado por la ciencia, se cita una frase de Eckhart Tolle que también hago mía: "He vivido con varios maestros zen, y todos eran gatos".

No es un koan. Es la pura realidad. ¡Feliz satori!


Fernando Sánchez Dragó

"Hemos nacido en este tiempo y debemos recorrer el camino hasta el final. No hay otro. Es nuestro deber permanecer sin esperanza de salvación en el puesto ya perdido. Permanecer como aquel soldado romano cuyo esqueleto se ha encontrado delante de una puerta en Pompeya que murió porque al estallar la erupción del Vesubio nadie se acordó de licenciarlo. Eso es grandeza. Eso es tener raza. Ese honroso final es lo único que no se le puede quitar al hombre."

Osvald Spengler, 'El hombre y la técnica'.

DRAGOLANDIA - EL MUNDO

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Pilar Bayona, la pianista que tocó con García Lorca y dio calabazas a Luis Buñuel


Un documental recuerda la vida de la genial interprete amiga de intelectuales, escritores y artistas de la Generación del 27 con quienes coincidió en la Residencia de Estudiantes


La pianista zaragozana Pilar Bayona fue amiga de intelectuales, escritores y artistas de la Generación del 27 con quienes coincidió en la Residencia de Estudiantes de Madrid. Entre ellos, estaban el poeta Federico García Lorca, con quien tocó al piano, y el cineasta Luis Buñuel, que se enamoró de ella sin ser correspondido.

Precisamente, en la Residencia de Estudiantes se presentó recientemente el documental titulado Pilar Bayona. Música clara como un curso de agua, de Emilio Casanova, con guion de Adolfo Ayuso y coproducido por Aragón Tv.

El documental es en realidad un concierto, con fragmentos de varias de sus interpretaciones, salpicado de entrevistas en las que familiares, alumnos y estudiosos de su obra hablan de la vida de la pianista y gran divulgadora de la música.

Pilar Bayona y López de Ansó nació el 16 de septiembre de 1897 en Zaragoza, era hija de Sara y Julio, un profesor de Ciencias Exactas, uno de cuyos alumnos en la clase de Matemáticas era un adolescente llamado Luis Buñuel.

Fue una intérprete precoz, una niña prodigio, que, inculcada por su madre en el mundo de la música, comenzó a tocar el piano de forma autodidacta en casa a los tres años. Su primera actuación pública tuvo lugar a los 5 años en un festival benéfico, patrocinado por el rey Alfonso XIII, e hizo su presentación formal a los 10 en el Teatro Principal de Zaragoza con la Filarmónica.

A los 16 años comenzó su carrera de concertista que la llevó a actuar y ser conocida en el mundo musical europeo de la época. Por ejemplo, con 27 años, inició una gira por Alemania, interpretando a músicos contemporáneos como Debussy, Falla, Ravel o Albéniz.

CON LA GENERACIÓN DEL 27

Formó parte del grupo de intelectuales aragoneses del primer tercio de siglo XX y fue amiga de los hermanos Alfonso y Luis Buñuel, José Camón Aznar, Pepín Bello, Luis García-Abrines, Rafael Sánchez Ventura, Tomas Seral y Casas o Manuel Derqui.

Pertenecía al colectivo de las sinsombrero de la Generación del 27, y pronto comenzó a relacionarse con los miembros de dicha generación, tales como los músicos Oscar Esplá, Ernesto Halffter, Adolfo Salazar o Jesús Guridi.

Y con los escritores García Lorca, Vicente Aleixandre, Rafael Alberti, María Teresa León, Miguel Hernández, Pablo Neruda, y otros, que en los años 30 acudían a escucharla a la Residencia de Estudiantes, donde ella iba a estudiar.

Casi todos los citados aparecen en una famosa fotografía tomada con motivo de un homenaje al pintor Hernando Viñes en mayo de 1936. La foto se incluyó en el disco Lp que en su homenaje publicó el Ayuntamiento de Zaragoza en la primavera de 1981.

Según el testimonio de algunos de ellos, Pilar Bayona era una mujer "cercana y sencilla", y a la vez "fuerte y genial, con carácter y entrañable".

Después de la guerra civil española proyectó la actividad en su ciudad natal como profesora del Conservatorio; en Radio Zaragoza, donde ofreció 470 conciertos en directo; en la sociedad Sansueña y en los cursos internacionales de verano de la Universidad de Zaragoza en Jaca. Fue encargada de clases de virtuosismo en el Conservatorio de Zaragoza y también fue profesora durante 13 años en el Pablo Sarasate de Pamplona.

Entre 1960 y 1968 grabó para diferentes programas musicales de TVE. En 1969 entró en la Real Academia de Nobles y Bellas Artes de San Luis.

Fue nombrada en 1964 hija predilecta de Zaragoza, que le dedicó una calle, y en 1975 hija adoptiva de Cosuenda, la localidad natal de su madre.

Le dedicaron poemas y elogios escritores como Jardiel Poncela, Tomás Seral y Casas o Juan Eduardo Cirlot. Pintores, como Benjamín Palencia, Juan Lafita, Javier Ciria o Guillermo Pérez Baylo, le hicieron retratos y dibujos. La captaron con su cámara, entre otros, los fotógrafos Aurelio Grasa, Manuel Koyne, Jalón Ángel, Alfonso, Lucien Roisin o Pedro Avellaneda, y el escultor Honorio García Condoy le realizó un busto.

Federico García Lorca le autografió un ejemplar de la primera edición de Llanto por Ignacio Sánchez Mejías.

UN ARCHIVO CON SU LEGADO

A la muerte de su hermana Carmen, el legado familiar pasó a manos de sus sobrinos, uno de los cuales, Antonio Bayona, y el documentalista Julián Gómez, autores de una biografía, se hicieron cargo de gestionar el archivo de la pianista que donaron al Gobierno de Aragón. que el año pasado le rindió un homenaje con una muestra sobre su vida.

Coincidiendo con el aniversario de su muerte, el Auditorio de Zaragoza celebra cada año un ciclo de música que lleva su nombre.

Pilar Bayona falleció el 13 de diciembre de 1979 a los 82 años atropellada por un coche mientras cruzaba la calzada en el centro de Zaragoza.

En el mencionado disco, el poeta García-Abrines cita unas palabras que le dijo Luis Buñuel a propósito de la muerte de la pianista: "Me llamó usted por teléfono. Le oía mal pero imaginé que el objetivo de su llamada obedecía a comunicarme la muerte de nuestra queridísima Pilar Bayona. Como buen zaragozano estuve enamorado de ella cuando tenía 14 años y ello duró hasta los 18. Después tuve una sincera amistad y admiración por su maravilloso arte. Sé que aproximadamente los mismos sentimientos ha tenido usted de ella. Que no descanse en paz en nuestro recuerdo, que siga siempre vivo".

Pilar Bayona no solo enamoró a Buñuel, García-Abrines, José Camón Aznar o al periodista Manuel Casanova, con el que estuvo a punto de casarse, sino que inspiró a muchos músicos que le compusieron distintas piezas para ella.

Javier Ortega

EL MUNDO

www.elmundo.es/loc/famosos/2022/04/19/625d4ed9e4d4d892458...

___


CIRLOT Y LA LEYENDA DE PILAR BAYONA


Juan Eduardo Cirlot (1916--1973) llegó a Zaragoza en 1940 para vestirse de caqui y hacer su segundo servicio militar. Eso era lo que se les imponía a los que habían peleado en el bando republicano. Acababa de interrumpir un diario de artista, y entonces soñaba con dedicarse a la composición musical, atraído por la música dodecafónica, aunque también mostraba un gran talento hacia la poesía. Le apasionaba el cine y conocía vagamente el surrealismo. Zaragoza no era una fiesta exactamente. Un arquitecto y dibujante excepcional como Federico Comps había sido fusilado con apenas 20 años; José Luis González Bernal acababa de fallecer en París y, entre la inmensa nómina de represaliados, mucha gente recordaba los asesinatos en Huesca de Ramón Acín, su mujer Conchita Monrás y el ex--alcalde Manuel Sender, o las humillaciones mortales que recibió el biólogo y catedrático Francisco Aranda, que había frecuentado en París a los fundadores del Movimiento Dadaísta y era el padre de José Francisco Aranda, primer biógrafo de Luis Buñuel. Pese a este panorama desolador, un grupo de jóvenes creadores buscó un resquicio para la libertad, la sensibilidad y la belleza. Y tal vez debió encontrarla a la sombra de un personaje carismático: la pianista Pilar Bayona (1897--1979), una mujer talentosa, menuda y bella, adornada de una peculiar leyenda, que ejercía una irresistible atracción sobre el círculo de intelectuales y desasosegados del momento. Era una creadora, una intérprete, una diosa entre hombres, aunque por aquellos primeros años de posguerra también destacaba la bailarina María de Ávila, que pasará a la historia por su trayectoria de profesora de danza.

En torno a Pilar se agrupaban pintores como Alfonso Buñuel, historiadores del arte como Julián Gállego, José Camón Aznar (que le remitió cartas de amor en su juventud) y Federico Torralba, melómanos como Eduardo Fauquié, cuya casa era como el modesto auditorio de novedades, escritores como el jovencísimo Manuel Derqui. Y en menor medida, un poeta prometedor, entre desgarrado, sigiloso y expresionista: Miguel Labordeta. Otros nombres que podemos sumar a este colectivo son los de Juan Pérez Páramo, José María García Gil, marido de María de Ávila, y también un adolescente tan radical como imaginativo: Luis García--Abrines, que hará carrera como profesor de literatura, melómano, pintor y autor de collages y ciudadano un tanto excéntrico. Otra figura importante fue el galerista y poeta surrealista Tomás Seral y Casas, que vivía a medio camino de Madrid y Zaragoza, y que en 1949 publicaría Elegía sumeria de Cirlot.

Pilar Bayona había iniciado en 1938 una serie de conciertos en Radio Zaragoza. Cada uno de ellos era un motivo de reunión, de tertulia, de fiesta o un pretexto tan sólo para acompañarla a la emisora que estaba en la calle Almagro. De Luis García--Abrines se ha dicho que se ocultaba con su radiante adolescencia detrás de las cortinas para verla. Además, Zaragoza era una ciudad de cines: había sido una de las capitales pioneras en la expansión del cine, tanto por lo que se refiere al número de carpas, salas emblemáticas como el Ena Victoria o Alhambra, como de rodajes de los Jimeno o Tramullas. Y ese caldo de cultivo fue el que encontró Juan Eduardo Cirlot durante su estancia en Zaragoza. No se sabe exactamente cuáles eran sus itinerarios: no existen testimonios de que fuese a pasear por los parques, que visitase lugares tan típicos como el café cantante El Plata o el Salón de Variedades El Oasis, aunque resulta fácil deducirlo. Sabemos que era asiduo de los cafés como el Ambos Mundos y que llegó a estrenar una pieza musical, creemos que fue un vals, en uno de sus cafes cantantes con orquesta.

Juan Eduardo Cirlot le concedió, andando el tiempo, una gran importancia a su estancia en Zaragoza. Recordó que había entablado una relación decisiva con Alfonso Buñuel: éste conservaba en la casa familiar, en el Paseo de la Independencia, la inmensa biblioteca de su hermano Luis, y allí incrementó Cirlot su caudal de lecturas y de conocimiento del surrealismo. Leyó revistas como Cahiers d'art, Minotaure y las primeras ediciones, muchas dedicadas, de Pablo Neruda, Louis Aragon, Paul Eluard o Antonin Artaud, por no hablar de visionarios anteriores como William Blake. Y lo que es aún más curioso: Alfonso, que alternaba la arquitectura y el diseño de muebles con el arte, le introdujo en el secreto del collage. Además, juntos tradujeron muchos poemas franceses en una verdadera relación de maestro y discípulo, que ha sido glosada, entre otros, por Jaime D. Parra, José Francisco Aranda, Agustín Sánchez Vidal, su propia hija Victoria Cirlot o Juan Ramón Masoliver, primo de los Buñuel y secretario de Ezra Pound, que aparecía de cuando en cuando por Zaragoza, la ciudad donde había nacido. Cirlot pertenecería años más tarde al grupo Dau al set con Ponç, Brossa, Tharrats, Cuixart y Tàpies, pero jamás asumió la línea ortodoxa del surrealismo en el que se había educado a orillas del Ebro.

La conexión entre Pilar Bayona y Cirlot resulta evidente. Habida cuenta de que Alfonso Buñuel era uno de los grandes amigos de Pilar, y tal vez uno de sus enamorados platónicos, debió ser él quien los puso en contacto. Luis García--Abrines le llamó El lugarteniente de la intérprete. Entre los tres (Luis, Alfonso y Pilar) se produjo una relación pasional tan enigmática como subyugante: hicieron con otros amigos un viaje por Andalucía en 1943, por Cádiz y Sevilla especialmente, y debieron saltar chispas en un laberinto de pasiones cruzadas y no siempre recíprocas. Cirlot también sucumbió al hechizo de la pianista, aunque no se explayó en ningún lugar acerca de ella. Le dedicó un soneto, y todo un libro de trasfondo musical: Pájaros tristes y otros poemas a Pilar Bayona (Libros del Innombrable (Zaragoza, 2001). Un libro que está entre dos fuegos: el fervor musical que le inclinaba hacia la composición y su facilidad para el verso. Algunos de sus músicos favoritos como Scriabin y Maurice Ravel marcan el desarrollo del libro, que ha permanecido inédito hasta ahora, entre los papeles de Pilar Bayona. Juan Eduardo Cirlot, muerto prematuramente, desarrolló luego una inmensa e inagotable carrera como crítico e historiador del arte, especialista en la Edad Media y el mundo céltico (era un gran coleccionista de espadas), artista y poeta. Siruela ha recuperado recientemente su Ciclo de Branwyn (1966--1971), un proyecto de libros de poesía permutatoria inspirado en la figura de la dama rubia, encarnada por Rosemary Forsyth, que emerge del agua en la película El señor de la guerra de Franklin Schaffner (1966). Allí se encontró con el mito de su existencia y con la mujer idealizada de su vida. También publicó monografías sobre Tàpies, Miró o Antoni Gaudi, y es autor de un memorable Diccionario de símbolos, que consideraba “mi libro preferido”.

La fascinación que siempre ejerció sobre mí la pianista (vi su último concierto en 1979, unos días antes de que un coche la arrollara), me puso en contacto con Antonio Bayona, su sobrino y organizador, junto a Julián Gómez, del legado de la virtuosa aragonesa. Fue quien me habló de estos versos: de esta sinfonía musical, de esta polifonía de voces líricas. Es un libro que tiene el aroma de la leyenda, un libro en el que suena la melodía de los pájaros (Umberto Saba, Saint John-Perse, Andrés Trapiello, Pablo Neruda y Clara Janés, entre otros, han dedicado poemarios a las aves) y que fija en nuestra imaginación a dos figuras unidas por la amistad, el misterio, la poesía, tal vez el amor/pasión (¿por qué habría de ser distinto Juan Eduardo Cirlot a José Camón Aznar, Alfonso Buñuel, Luis Buñuel, Luis García--Abrines, todos ellos enamorados de Pilar Bayona?) en una ciudad que se desgañitaba por despertar de sus pesadillas de una vez por todas, y eligió para hacerlo las sagradas formas de la hermosura.

Antón Castro

antoncastro.blogia.com/2006/072105-cirlot-y-la-leyenda-de...

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Pilar Bayona, la pianista que tocó con García Lorca y dio calabazas a Luis Buñuel


Un documental recuerda la vida de la genial interprete amiga de intelectuales, escritores y artistas de la Generación del 27 con quienes coincidió en la Residencia de Estudiantes


La pianista zaragozana Pilar Bayona fue amiga de intelectuales, escritores y artistas de la Generación del 27 con quienes coincidió en la Residencia de Estudiantes de Madrid. Entre ellos, estaban el poeta Federico García Lorca, con quien tocó al piano, y el cineasta Luis Buñuel, que se enamoró de ella sin ser correspondido.

Precisamente, en la Residencia de Estudiantes se presentó recientemente el documental titulado Pilar Bayona. Música clara como un curso de agua, de Emilio Casanova, con guion de Adolfo Ayuso y coproducido por Aragón Tv.

El documental es en realidad un concierto, con fragmentos de varias de sus interpretaciones, salpicado de entrevistas en las que familiares, alumnos y estudiosos de su obra hablan de la vida de la pianista y gran divulgadora de la música.

Pilar Bayona y López de Ansó nació el 16 de septiembre de 1897 en Zaragoza, era hija de Sara y Julio, un profesor de Ciencias Exactas, uno de cuyos alumnos en la clase de Matemáticas era un adolescente llamado Luis Buñuel.

Fue una intérprete precoz, una niña prodigio, que, inculcada por su madre en el mundo de la música, comenzó a tocar el piano de forma autodidacta en casa a los tres años. Su primera actuación pública tuvo lugar a los 5 años en un festival benéfico, patrocinado por el rey Alfonso XIII, e hizo su presentación formal a los 10 en el Teatro Principal de Zaragoza con la Filarmónica.

A los 16 años comenzó su carrera de concertista que la llevó a actuar y ser conocida en el mundo musical europeo de la época. Por ejemplo, con 27 años, inició una gira por Alemania, interpretando a músicos contemporáneos como Debussy, Falla, Ravel o Albéniz.

CON LA GENERACIÓN DEL 27

Formó parte del grupo de intelectuales aragoneses del primer tercio de siglo XX y fue amiga de los hermanos Alfonso y Luis Buñuel, José Camón Aznar, Pepín Bello, Luis García-Abrines, Rafael Sánchez Ventura, Tomas Seral y Casas o Manuel Derqui.

Pertenecía al colectivo de las sinsombrero de la Generación del 27, y pronto comenzó a relacionarse con los miembros de dicha generación, tales como los músicos Oscar Esplá, Ernesto Halffter, Adolfo Salazar o Jesús Guridi.

Y con los escritores García Lorca, Vicente Aleixandre, Rafael Alberti, María Teresa León, Miguel Hernández, Pablo Neruda, y otros, que en los años 30 acudían a escucharla a la Residencia de Estudiantes, donde ella iba a estudiar.

Casi todos los citados aparecen en una famosa fotografía tomada con motivo de un homenaje al pintor Hernando Viñes en mayo de 1936. La foto se incluyó en el disco Lp que en su homenaje publicó el Ayuntamiento de Zaragoza en la primavera de 1981.

Según el testimonio de algunos de ellos, Pilar Bayona era una mujer "cercana y sencilla", y a la vez "fuerte y genial, con carácter y entrañable".

Después de la guerra civil española proyectó la actividad en su ciudad natal como profesora del Conservatorio; en Radio Zaragoza, donde ofreció 470 conciertos en directo; en la sociedad Sansueña y en los cursos internacionales de verano de la Universidad de Zaragoza en Jaca. Fue encargada de clases de virtuosismo en el Conservatorio de Zaragoza y también fue profesora durante 13 años en el Pablo Sarasate de Pamplona.

Entre 1960 y 1968 grabó para diferentes programas musicales de TVE. En 1969 entró en la Real Academia de Nobles y Bellas Artes de San Luis.

Fue nombrada en 1964 hija predilecta de Zaragoza, que le dedicó una calle, y en 1975 hija adoptiva de Cosuenda, la localidad natal de su madre.

Le dedicaron poemas y elogios escritores como Jardiel Poncela, Tomás Seral y Casas o Juan Eduardo Cirlot. Pintores, como Benjamín Palencia, Juan Lafita, Javier Ciria o Guillermo Pérez Baylo, le hicieron retratos y dibujos. La captaron con su cámara, entre otros, los fotógrafos Aurelio Grasa, Manuel Koyne, Jalón Ángel, Alfonso, Lucien Roisin o Pedro Avellaneda, y el escultor Honorio García Condoy le realizó un busto.

Federico García Lorca le autografió un ejemplar de la primera edición de Llanto por Ignacio Sánchez Mejías.

UN ARCHIVO CON SU LEGADO

A la muerte de su hermana Carmen, el legado familiar pasó a manos de sus sobrinos, uno de los cuales, Antonio Bayona, y el documentalista Julián Gómez, autores de una biografía, se hicieron cargo de gestionar el archivo de la pianista que donaron al Gobierno de Aragón. que el año pasado le rindió un homenaje con una muestra sobre su vida.

Coincidiendo con el aniversario de su muerte, el Auditorio de Zaragoza celebra cada año un ciclo de música que lleva su nombre.

Pilar Bayona falleció el 13 de diciembre de 1979 a los 82 años atropellada por un coche mientras cruzaba la calzada en el centro de Zaragoza.

En el mencionado disco, el poeta García-Abrines cita unas palabras que le dijo Luis Buñuel a propósito de la muerte de la pianista: "Me llamó usted por teléfono. Le oía mal pero imaginé que el objetivo de su llamada obedecía a comunicarme la muerte de nuestra queridísima Pilar Bayona. Como buen zaragozano estuve enamorado de ella cuando tenía 14 años y ello duró hasta los 18. Después tuve una sincera amistad y admiración por su maravilloso arte. Sé que aproximadamente los mismos sentimientos ha tenido usted de ella. Que no descanse en paz en nuestro recuerdo, que siga siempre vivo".

Pilar Bayona no solo enamoró a Buñuel, García-Abrines, José Camón Aznar o al periodista Manuel Casanova, con el que estuvo a punto de casarse, sino que inspiró a muchos músicos que le compusieron distintas piezas para ella.

Javier Ortega

EL MUNDO

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CIRLOT Y LA LEYENDA DE PILAR BAYONA


Juan Eduardo Cirlot (1916--1973) llegó a Zaragoza en 1940 para vestirse de caqui y hacer su segundo servicio militar. Eso era lo que se les imponía a los que habían peleado en el bando republicano. Acababa de interrumpir un diario de artista, y entonces soñaba con dedicarse a la composición musical, atraído por la música dodecafónica, aunque también mostraba un gran talento hacia la poesía. Le apasionaba el cine y conocía vagamente el surrealismo. Zaragoza no era una fiesta exactamente. Un arquitecto y dibujante excepcional como Federico Comps había sido fusilado con apenas 20 años; José Luis González Bernal acababa de fallecer en París y, entre la inmensa nómina de represaliados, mucha gente recordaba los asesinatos en Huesca de Ramón Acín, su mujer Conchita Monrás y el ex--alcalde Manuel Sender, o las humillaciones mortales que recibió el biólogo y catedrático Francisco Aranda, que había frecuentado en París a los fundadores del Movimiento Dadaísta y era el padre de José Francisco Aranda, primer biógrafo de Luis Buñuel. Pese a este panorama desolador, un grupo de jóvenes creadores buscó un resquicio para la libertad, la sensibilidad y la belleza. Y tal vez debió encontrarla a la sombra de un personaje carismático: la pianista Pilar Bayona (1897--1979), una mujer talentosa, menuda y bella, adornada de una peculiar leyenda, que ejercía una irresistible atracción sobre el círculo de intelectuales y desasosegados del momento. Era una creadora, una intérprete, una diosa entre hombres, aunque por aquellos primeros años de posguerra también destacaba la bailarina María de Ávila, que pasará a la historia por su trayectoria de profesora de danza.

En torno a Pilar se agrupaban pintores como Alfonso Buñuel, historiadores del arte como Julián Gállego, José Camón Aznar (que le remitió cartas de amor en su juventud) y Federico Torralba, melómanos como Eduardo Fauquié, cuya casa era como el modesto auditorio de novedades, escritores como el jovencísimo Manuel Derqui. Y en menor medida, un poeta prometedor, entre desgarrado, sigiloso y expresionista: Miguel Labordeta. Otros nombres que podemos sumar a este colectivo son los de Juan Pérez Páramo, José María García Gil, marido de María de Ávila, y también un adolescente tan radical como imaginativo: Luis García--Abrines, que hará carrera como profesor de literatura, melómano, pintor y autor de collages y ciudadano un tanto excéntrico. Otra figura importante fue el galerista y poeta surrealista Tomás Seral y Casas, que vivía a medio camino de Madrid y Zaragoza, y que en 1949 publicaría Elegía sumeria de Cirlot.

Pilar Bayona había iniciado en 1938 una serie de conciertos en Radio Zaragoza. Cada uno de ellos era un motivo de reunión, de tertulia, de fiesta o un pretexto tan sólo para acompañarla a la emisora que estaba en la calle Almagro. De Luis García--Abrines se ha dicho que se ocultaba con su radiante adolescencia detrás de las cortinas para verla. Además, Zaragoza era una ciudad de cines: había sido una de las capitales pioneras en la expansión del cine, tanto por lo que se refiere al número de carpas, salas emblemáticas como el Ena Victoria o Alhambra, como de rodajes de los Jimeno o Tramullas. Y ese caldo de cultivo fue el que encontró Juan Eduardo Cirlot durante su estancia en Zaragoza. No se sabe exactamente cuáles eran sus itinerarios: no existen testimonios de que fuese a pasear por los parques, que visitase lugares tan típicos como el café cantante El Plata o el Salón de Variedades El Oasis, aunque resulta fácil deducirlo. Sabemos que era asiduo de los cafés como el Ambos Mundos y que llegó a estrenar una pieza musical, creemos que fue un vals, en uno de sus cafes cantantes con orquesta.

Juan Eduardo Cirlot le concedió, andando el tiempo, una gran importancia a su estancia en Zaragoza. Recordó que había entablado una relación decisiva con Alfonso Buñuel: éste conservaba en la casa familiar, en el Paseo de la Independencia, la inmensa biblioteca de su hermano Luis, y allí incrementó Cirlot su caudal de lecturas y de conocimiento del surrealismo. Leyó revistas como Cahiers d'art, Minotaure y las primeras ediciones, muchas dedicadas, de Pablo Neruda, Louis Aragon, Paul Eluard o Antonin Artaud, por no hablar de visionarios anteriores como William Blake. Y lo que es aún más curioso: Alfonso, que alternaba la arquitectura y el diseño de muebles con el arte, le introdujo en el secreto del collage. Además, juntos tradujeron muchos poemas franceses en una verdadera relación de maestro y discípulo, que ha sido glosada, entre otros, por Jaime D. Parra, José Francisco Aranda, Agustín Sánchez Vidal, su propia hija Victoria Cirlot o Juan Ramón Masoliver, primo de los Buñuel y secretario de Ezra Pound, que aparecía de cuando en cuando por Zaragoza, la ciudad donde había nacido. Cirlot pertenecería años más tarde al grupo Dau al set con Ponç, Brossa, Tharrats, Cuixart y Tàpies, pero jamás asumió la línea ortodoxa del surrealismo en el que se había educado a orillas del Ebro.

La conexión entre Pilar Bayona y Cirlot resulta evidente. Habida cuenta de que Alfonso Buñuel era uno de los grandes amigos de Pilar, y tal vez uno de sus enamorados platónicos, debió ser él quien los puso en contacto. Luis García--Abrines le llamó El lugarteniente de la intérprete. Entre los tres (Luis, Alfonso y Pilar) se produjo una relación pasional tan enigmática como subyugante: hicieron con otros amigos un viaje por Andalucía en 1943, por Cádiz y Sevilla especialmente, y debieron saltar chispas en un laberinto de pasiones cruzadas y no siempre recíprocas. Cirlot también sucumbió al hechizo de la pianista, aunque no se explayó en ningún lugar acerca de ella. Le dedicó un soneto, y todo un libro de trasfondo musical: Pájaros tristes y otros poemas a Pilar Bayona (Libros del Innombrable (Zaragoza, 2001). Un libro que está entre dos fuegos: el fervor musical que le inclinaba hacia la composición y su facilidad para el verso. Algunos de sus músicos favoritos como Scriabin y Maurice Ravel marcan el desarrollo del libro, que ha permanecido inédito hasta ahora, entre los papeles de Pilar Bayona. Juan Eduardo Cirlot, muerto prematuramente, desarrolló luego una inmensa e inagotable carrera como crítico e historiador del arte, especialista en la Edad Media y el mundo céltico (era un gran coleccionista de espadas), artista y poeta. Siruela ha recuperado recientemente su Ciclo de Branwyn (1966--1971), un proyecto de libros de poesía permutatoria inspirado en la figura de la dama rubia, encarnada por Rosemary Forsyth, que emerge del agua en la película El señor de la guerra de Franklin Schaffner (1966). Allí se encontró con el mito de su existencia y con la mujer idealizada de su vida. También publicó monografías sobre Tàpies, Miró o Antoni Gaudi, y es autor de un memorable Diccionario de símbolos, que consideraba “mi libro preferido”.

La fascinación que siempre ejerció sobre mí la pianista (vi su último concierto en 1979, unos días antes de que un coche la arrollara), me puso en contacto con Antonio Bayona, su sobrino y organizador, junto a Julián Gómez, del legado de la virtuosa aragonesa. Fue quien me habló de estos versos: de esta sinfonía musical, de esta polifonía de voces líricas. Es un libro que tiene el aroma de la leyenda, un libro en el que suena la melodía de los pájaros (Umberto Saba, Saint John-Perse, Andrés Trapiello, Pablo Neruda y Clara Janés, entre otros, han dedicado poemarios a las aves) y que fija en nuestra imaginación a dos figuras unidas por la amistad, el misterio, la poesía, tal vez el amor/pasión (¿por qué habría de ser distinto Juan Eduardo Cirlot a José Camón Aznar, Alfonso Buñuel, Luis Buñuel, Luis García--Abrines, todos ellos enamorados de Pilar Bayona?) en una ciudad que se desgañitaba por despertar de sus pesadillas de una vez por todas, y eligió para hacerlo las sagradas formas de la hermosura.

Antón Castro

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