Aunque la imagen no está bien compuesta, porque está demasiado arrimada al borde izquierdo, creo que sirve muy bien para disfrutar de la belleza de este animal tan elegante. Y quizás sea precisamente este aspecto el que más llama la atención del alcatraz atlántico (Morus bassanus): la elegancia de su vuelo solo es comparable a la del propio animal cuando lo observas con detenimiento, posado a solo unos metros de ti. Durante nuestra estancia en Bempton Cliffs pudimos darnos cuenta que durante un corto espacio de tiempo se concentraban numerosos ejemplares en un punto muy concreto del borde del acantilado para recoger materia vegetal verde y llevársela al nido. Llegaban, se posaban, arramplaban con las hierbas altas y gramíneas que había por allí y se lanzaban al vacío de nuevo. El trasiego de ejemplares era alto. Unos iban y otros venían sin parar. Su confianza con el ser humano es algo que no entenderemos nunca, teniendo en cuenta las sangrías que se llevaban a cabo en sus colonias. Sin embargo, ahí están, a escasos metros de distancia permitiéndonos enamorarnos de la elegancia de formas, líneas y tonos, como si nunca les hubiéramos hecho nada.
¡Qué generosa es la naturaleza cuando la dejamos tranquila!
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El alcatraz atlántico (Morus bassanus) es un ave que, como muchas otras pelágicas, se reproduce formando enormes colonias de cría. Estas suelen ocupar acantilados costeros e islotes, a los que regresa cada temporada. En estos lugares utiliza pequeñas repisas como la de la imagen o, más comúnmente, en las zonas superiores de los acantilados, en lugares horizontales o con menos inclinación. Cuando puede, elabora unos modestos nidos a modo de pequeños conos volcánicos, con tierra y materiales vegetales, que continúa acumulando durante la crianza de su único polluelo.
Históricamente estas colonias fueron explotadas por el hombre, que aprovechaba su accesibilidad para aprovechar como recurso alimenticio sus huevos y pollos, e incluso la carne de los adultos y sus plumas. Esta fue la principal causa del brutal declive que tuvo la especie durante el siglo XIX y primeras décadas del XX. Declive que se notó no solo en el número de alcatraces en sí, sino también en el de colonias de cría, que desaparecieron en gran número.
No todo van a ser malas noticias, y el abandono de la explotación de las colonias como recurso económico ha representado un punto de inflexión para la especie desde mediados del siglo pasado, y podemos asegurar que el alcatraz atlántico está viviendo un nuevo renacer, no solo en el total de individuos, sino también en el de nuevas colonias. En la actualidad se estima que solo la población europea, sin contar la americana, supera los 260.000 ejemplares. En 2004 Birdlife International estimó una población mundial que rondaba el 1.000.000 de ejemplares.
Estas colonias constituyen, sin ningún lugar a dudas, uno de los mayores espectáculos de la naturaleza, congregando densidades enormes, con dos 2 o 3 nidos por metro cuadrado. Aunque las siguientes cifras no tienen por qué estar actualizadas, la colonia escocesa de la isla de Bass Rock (de donde toma el apellido la especie: "bassanus"), por ejemplo, contabiliza del orden de 60.000 parejas, lo mismo que la de las Islas Kilda. La de Sept Îles, en la bretaña francesa, del orden de 18.000, otra cifra similar a la de la isla islandesa de Eldey. Esta cifras esperanzadoras se traducen en un notable aumento de su presencia en nuestras costas atlánticas y mediterráneas durante el invierno o el paso migraotorio. Esperemos que esta tendencia se mantenga hasta que la recuperación de todas sus antiguas colonias sea un hecho.
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Voy a cambiar radicalmente de especies y de ambiente. Volvamos a las costas inglesas para recrearnos en las próximas fotografías con una de las especies marinas habitante del Atlántico Norte más hermosa que podamos encontrar. El alcatraz atlántico (Morus bassanus) es un ave magnífica de casi dos metros de envergadura, que podemos observar en las costas españolas en sus pasos migratorios entre las áreas de invernada en África -en donde puede alcanzar el Golfo de Guinea- y las de reproducción -en el centro y norte de Europa, en el caso de los alcatraces que viven en nuestro continente-.
Aquí podemos recrearnos con un contraluz en los acantilados ingleses de Bempton, a primera hora de una mañana simplemente espectacular. Tras una tarde anterior en la que nos cayó encima la del pulpo, con una tormenta de agua de las que hacen época, y después de poder dormir en el aparcamiento de los propios acantilados, amaneció un día increíblemente luminoso. Tener la reserva para nosotros solos, la paz del amanecer en aquel lugar, la soledad de aquella mañana, de aquellos maravillosos momentos aún sin turistas, el despertar de la colonia con su griterío ensordecedor, con su bullicio desbordante de vida y con el intenso olor a guano, fue una experiencia imposible de olvidar. Y creo que esta imagen puede llegar a transmitir mínimamente el ambiente que se respiraba en ella colonia al despuntar los primeros rayos de sol de la mañana. Para los que somos de tierra adentro, para los que amamos la montaña como nuestra segunda casa, vivir y sentir semejante espectáculo es como adentrarnos en un mundo nuevo difícil de comprender en toda su magnitud. Es tal la vida pletórica que te rodea por todas partes que no llegas a comprender que aquello pueda existir realmente, y menos aún que seas tú el que estés formando parte de aquellos momentos tan salvajes, intensos y mágicos.
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No podía subir al archivo una serie del alcatraz atlántico (Morus bassanus) sin incluir un retrato de su cabeza, quizás sea innecesario tras la toma anterior, pero ... no me resisto, soy débil. El tiempo que estuvimos al borde del acantilado en aquel lugar exacto a donde iban y venían los alcatraces a buscar hierbas para sus nidos, pasó como en un instante. Como en un abrir y cerrar de ojos se pasó el tiempo sintiéndonos unos privilegiados por disfrutar a unos metros de distancia de la elegancia de líneas de esta extraordinaria especie. Los minutos pasaron como segundos, y las horas como minutos. Por el rabillo del ojo veíamos que la tormenta nos iba a pillar pero, imantados por la hermosura de sus retratos, se hizo difícil tomar la decisión de abandonar el lugar. El chaparrón nos pilló de lleno, estaba cantado. Sin embargo, esa luz plomiza de la tormenta en ciernes nos permitió contar con un fondo agradable e interesante, con un sol suave, tamizado. ¿Os imagináis ese pico como si de una bala se tratara, entrando a 100 km/h en la superficie del mar? Recuerdo ver estos picados impresionantes años atrás en Sept Îles desde el barco y es algo que no se olvida, algo difícil de imaginar.
¡Qué belleza!
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El alcatraz atlántico (Morus bassanus) es un ave que, como las especies pelágicas, se acercan a las costas para reproducirse. Se suelen concentrar en grandes colonias de cría en lugares más o menos inaccesibles, generalmente de islas rocosas, pero a veces también en acantilados costeros continentales. Si pueden, prefieren como ya he indicado en alguna otra imagen de esta serie, anidar en lugares más o menos planos, pero cuando estas ubicaciones escasean no dudan en hacerlo en los acantilados, en ocasiones completamente verticales, en cuyo caso buscan repisas que sean lo suficientemente seguras como para construir en ellas el nido y sacar adelante a su hijo único. Obviamente estos lugares reúnen unas condiciones que son igualmente adecuadas para el mismo propósito para otras especies de aves marinas y, aunque suele cada especie agruparse por zonas específicas, más o menos diferenciadas, no es raro que en la misa zona compartan repisas y paredes con araos, alcas, gaviotas o frailecillos, por ejemplo.
En esta imagen podemos ver dos alcatraces descansando en una repisa estrecha, compartiendo espacio vertical con algunos araos comunes (Uria aalge). Lo mismo que hacen nuestras cigüeñas blancas, la pareja de alcatraces suelen saludarse cuando se juntan con un protocolo gestual muy característico, levantando ambos picos, chocándolos entre ellos como si de espadas en alto se tratara, cruzando las cabezas sobre los laterales de su pareja, etc. Poder observar in situ este tipo de comportamiento tantísimas veces visto en documentales y publicaciones me resulta un privilegio. Ser espectador de estas conductas es una de las principales razones por las que la fotografía de fauna me engancha tanto. En la fotografía podemos apreciar, además, los singulares dibujos de sus manos, con unas marcadas líneas verde amarillentas muy llamativas sobre la nervadura de sus dedos. Tengo imágenes frontales en las que se ven perfectamente, pero esta sirve para hacer el comentario.
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