Hablaba con un compañero en los comentarios de otra foto mía sobre lo subjetivos que somos los hombres a la hora de hablar de los animales. Les asignamos calificativos que describen aspectos humanos, de forma que proyectamos en ellos emociones, sentimientos o características que no les pertenecen a ellos, sino a nosotros mismos. Son solo animales que viven arrastrados por unos comportamientos etológicos y ecológicos que nada tienen que ver con nuestras valoraciones. El zorro no es un animal "astuto", por poner un ejemplo. Según la RAE "astuto" es el "Que muestra habilidad para comprender las cosas y obtener provecho o beneficio mediante engaño o evitándolo". El zorro no engaña, no tiene ni la conciencia ni la consciencia de lo que significa engañar para obtener un provecho o para evitar un perjuicio. Es mucho más sencillo que todo eso, es un animal muy adaptable, versátil y flexible, lo que le permite prosperar en situaciones muy dispares guiado por su instinto y por su capacidad de aprender de la experiencia. Igual que el lobo no es sanguinario, las grandes rapaces no son nobles, ni los perros fieles o los cerdos sucios. No, todo eso son solo proyecciones de lo que nosotros consideramos sanguinario, nobleza, fidelidad, o suciedad. Ellos solo son ... animales, guiados por sus instintos y comportamientos. Simplemente. Aprenden (algunos, otros no) y se adaptan evolutivamente. Lo que nosotros consideramos fidelidad de los perros es sencillamente el comportamiento normal en la manada, su situación en ella y las estrechas relaciones que mantienen con el resto de sus miembros.
Este pequeño zampullín chico (Tachybaptus ruficollis) me sirve muy bien para reflejar esto que digo. Nos puede parecer simpático porque su aspecto lo idealizamos como un pequeño ser agradable, que parece sonreír, con aspecto de patito de goma como los que usábamos para jugar de niños en la bañera, con ojos vivos y que diera la sensación de que nunca hubiera roto un plato. Pero no es en realidad simpático, ese sentimiento es, simple y únicamente, humano. Su aspecto no es ni simpático ni lo contrario. Estas son valoraciones que nosotros proyectamos en él. ES, sin más.
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Otra imagen de fulmar atlántico o boreal (Fulmarus glacialis) en su entorno, esta vez en un acantilado rojizo y recubierto de líquenes amarillos y sobre una bonita cama de margaritas blancas. Estas aves, cuando se posan en el tierra no suelen apoyarse de pie sobre sus dedos, como hacen la inmensa mayoría de aves, sino que se apoyan directamente sobre los talones, de modo que parecen estar tumbadas incubando. Sin embargo no, están en la mayoría de los casos simplemente descansando. Este modo de permanecer posados es también típico de algunos miembros de la familia Alcidae, como el arao o el alca, por ejemplo.
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A petición del compañero Fernando Domínguez Magarín, añado este montaje para centrar la atención en ese extraño pico que tienen los fulmares boreales (Fulmarus glacialis).
Como podemos ver presenta una extraña protuberancia en la parte superior del pico, hueca, con un solo conducto nasal, recto, que les sirve tanto para oler como para excretar el excendente de sal. Este rasgo es común en todos los miembros de los Procellariiformes, aunque algunos tienen dos conductos nasales y otros, como en el caso del fulmar, uno solo. ¿Para qué les sirve el olfato a estas aves? ¿qué función tiene? Pues parece ser que lo utilizan tanto para localizar sus nidos (en especial las especies que regresan a sus colonias de cría durante la noche para evitar a los depredadores, como sucede con las parcelas, por ejemplo), como para localizar sus presas en alta mar. Es sorprendente que tengan tan desarrollado el sentido del olfato. Respecto al modo en el que evacuan el exceso de sal de su cuerpo, todas estas especies cuentan con unas glándulas desalinizadoras que les facilita la tarea de beber en alta mar (todas ellas son aves pelágicas que no tocan tierra salvo en la época de reproducción) y separar y expulsar fuera del cuerpo toda esa sal sobrante que sería peligrosa para su organismo. Esa expulsión se realiza por dichos tubos nasales.
Un rasgo común también en todos los miembros de este orden y sus familias son las acanaladuras que presentan en el pico; pico que está construido por un número variado de placas óseas, que en el caso del fulmar boreal son siete. En algunos parientes suyos los picos están formados por 9 placas.
Como veis los fulmares pueden ser similares a las gaviotas en su aspecto exterior, pero pertenecen a una familia y a un orden muy diferente y extremadamente interesante: albatros, petreles, paíños y los propios fulmares.
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Continuando con las especies habituales del Atlántico Norte, nos vamos a centrar ahora en una ave realmente interesante, el fulmar boreal (Fulmarus glacialis), que podemos ver aquí en pareja en los mismos acantilados que la fotografía de las gaviotas argénteas de mi galería, en Duncansby Head, un lugar muy fotogénico.
Para la gente que no esté muy acostumbrada a la ornitología le parecerá simplemente una especie más de gaviota, eso sí un poco tocha, poco grácil y elegante, poco esbelta en definitiva. Pues bien, los que piensen así no podrán estar más equivocados, pues no tienen ninguna relación directa con aquellas. Habrá sido, sin duda, la convergencia evolutiva la que ha hecho que el aspecto exterior de ambas aves tengan ciertas similitudes, pero como vemos son solo superficiales.
El fulmar boreal es un ave que pertenece a la Familia de los Procellariidae, que incluye junto a estas aves a las pardelas y los petreles, entre otros. Esta familia forma parte, a su vez, del Orden de los Procellariiformes, al que pertenecen, además de los anteriormente citados, los albatros y los paíños. Así pues, los fulmares mantiene una estrecha relación de parentesco con todas estas aves mencionadas, pero nada con las gaviotas. Todas las especies del Orden de los Procellariiformes tiene un rasgo anatómico común muy característico: cuentan con unos orificios nasales unidos por unos tubos rectos que les sirven para oler -sí, habéis leído bien: tienen olfato- y para excretar el exceso de sal que provoca beber el agua del mar. Pensemos que son aves pelágicas que pasan gran parte de su vida en alta mar, pululando por la inmensidad de los océanos, y que solo se acercan a tierra firme durante el período reproductor. Este modo de vida les impide tener acceso al agua dulce, por los que directamente beben agua salada del mar y expulsan el exceso de sal perjudicial para el organismo.
Como quiera que las siguientes fotografías serán de fulmares boreales en vuelo, voy a aprovechar esta imagen en la que los vemos posados para comentar otro aspecto físico muy característico. Se trata de su costumbre de apoyarse sobre los tarsos hasta la articulación tibio-tarsial (el talón) en vez de hacerlo sobre los dedos, como hacen la inmensa mayoría de las aves. En efecto, casi todos los miembros de este Orden son muy torpes en tierra firme y, salvo excepciones, tienen las extremidades cortas y poco preparadas para permanecer de puntillas sobre los dedos. De esta forma es normal verlos incluso caminando sin levantar apenas el cuerpo del suelo, medio arrastrándose.
Como vemos, las similitudes con las gaviotas son poco menos que circunstanciales. Un grupo de aves verdaderamente interesantes.
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Seguimos con algún que otro vuelo de fulmar boreal (Fulmarus glacialis), ave que vamos conociendo un poco más en profundidad. Como ya sabemos, estos vuelos son rápidos y complicados de inmortalizar (al menos para mí), dado que tampoco es un animal de gran tamaño. Tú te sitúas en el borde de un tramo del acantilado por donde ya has visto que circulan con reiteración; los ves ir y venir jugando con el viento con una gran pericia, acercándose bastante a las paredes, alejándose, dando una vuelta y volviendo a pasar por la misma zona. Los ves venir como un misil y te dices "ahí viene otra vez", mientras te preparas con el índice en el disparador y el pulgar en el enfoque. Lo pillas, enfocas y empieza aquello a sonar como una ametralladora al tiempo que haces un barrido hasta atascar el buffer de la cámara, y antes de alejar la montura de tu cara ya sabes que la gran mayoría de los encuadres te han quedado cortados, fuera del encuadre, movidos, o desenfocados. Y los ves volver y vuelve a echar humo la ráfaga. Así una y otra vez hasta que, al cabo de un buen rato, te vas para la furgoneta pensando en el tiempo que vas a dedicar en visualizar todas las imágenes para hacer la primera criba y la segunda, y cruzando los dedos para que al menos alguna te satisfaga.
Ya me diréis qué os parece esta toma en la que el fulmar se nos acerca como un tiro mientras nos observa a mi familia y a mí en lo alto del farallón, y en la que unas flores amarillas del borde han aparecido sin premeditación para dar un toque de color a una jornada gris y sosa.
PD: He subido una imagen en la Discusión sobre "Comportamiento Animal" a petición de Fernando Domínguez Magarín, en la que se observa con bastante detalle las características de estos curiosos picos, para el que esté interesado.
Saludos para todos, y ánimo, ¡que ya va quedando menos!
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