Los gorriones comunes (Passer domesticus) forman parte de nuestras ciudades y de cualquier entorno humanizado. Allí donde nos instalemos estos pequeños compañeros se vienen con nosotros. Durante la temporada reproductora los podemos ver a los progenitores afanándose en llevar comida a los polluelos que les esperan en sus nidos ansiosos por su llegada. Miles de estómagos hambrientos reclaman en nuestros campos y ciudades su ración constantemente. Esta especie anida en cualquier tipo de agujero que pueda encontrar en nuestros edificios o construcciones, o incluso en el interior de los propios nidos de las cigüeñas blancas que anidan a nuestra vera. Para su construcción aportan todo tipo de hierbas y ramillas pequeñas, así como otros materiales más suaves, como pelo, lana o plumas para tapizarlo. En él ponen de dos a siete huevos.
Estos dos hermanos observan a media tarde la pequeña porción de mundo que les rodea en el corral de la casa de un pueblo, esperando con impaciencia la llegada de alguno de sus progenitores. Una vieja chimenea inutilizada hace mucho tiempo sirve desde hace años para que nuestros gorriones -pardales como los conocemos en los campos de Castilla- ubiquen su nido.
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