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User / SINDO MOSTEIRO / Sets / Sereas
Sindo Mosteiro / 45 items

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ANTIPHOLUS OF SYRACUSE:

O, train me not, sweet mermaid, with thy note,
To drown me in thy sister's flood of tears.
Sing, siren, for thyself, and I will dote;
Spread o'er the silver waves thy golden hairs,
And as a bed I'll take them and there lie,
And in that glorious supposition think
He gains by death that hath such means to die;
Let Love, being light, be drowned if she sink!

William Shakespeare, Comedy of Errors, 1592.

MÚSICA: The Gothard Sisters - The Sailor and the Mermaid
youtu.be/CVg8ED7aFT8

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sereia a sério

o cruel era que por mais bela
por mais que os rasgos ostentassem
fidelíssimas genéticas aristocráticas
e as mãos fossem hábeis
no manejo de bordados e frangos assados
e os cabelos atestassem
pentes de tartaruga e grande cuidado

a perplexidade seria sempre
com o rabo da sereia

não quero contar a história
depois de andersen & co.
todos conhecem as agruras
primeiro o desejo impossível
pelo príncipe (boneco em traje de gala)
depois a consciência
de uma macumba poderosa

em troca deixa-se algo
a voz, o hímen elástico
a carteira de sócia do méditerranée

são duros os procedimentos

bípedes femininas se enganam
imputando a saltos altos
a dor mais acertada à altivez
pois
a sereia pisa em facas quando usa os pés

e quem a leva a sério?
melhor seria um final
em que voltasse ao rabo original
e jamais se depilasse

em vez do elefante dançando no cérebro
quando ela encontra o príncipe
e dos 36 dedos
que brotam quando ela estende a mão

Angélica Freitas, Rilke shake, 2007.

MÚSICA: Antonio Vivaldi - "Concerto in F Major, Op. 10, No. 1, RV. 98, 'La tempesta di mare': III. Presto"
youtu.be/Cka1Dc6lsBo

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“Pausadamente, la barca corta la sábana de lumbre pálida y verdosa... Caigo en pleno ensueño. Por última vez –a mi mismo me empeño la palabra- me entrego a esas conversaciones interiores, en que dialoga mi doble yo. Por última vez fumo opio... Dejo colgar el brazo sobre la borda, y al rozar el agua parece mi derecha bañada en un livor sobrenatural, la estela del barco es un trazo prolongado de lumbre, como el rastro de un cometa en el firmamento. Es preciso que yo diga adiós a los antiguos fantasmas, mis preseguidores, mis tétricos amigos; es preciso que salga de mi espelunca, y no vuelva más a ella; tengo que transmigrar y encarnarme en esposo, en ciudadano.
El agua se engalana como para un funeral con esta luz mortuoria, que me recuerda la tez de espectro de Rita Quiñones; y de entre las praderías de algas, donde ondulan vegetaciones de pesadilla, una forma se alza, semejante a una de esas vislumbres que tiemblan al movimiento de las múltiples capas de agua, y cuyas líneas se disuelven, entre las gasas trémulas y fingidas, velo de los abismos. El que ve surgir una de esas apariciones inciertas y borrosas, hijas del consorcio de la fantasía con lo real, nunca deja de atribuir a la visión la forma femenina. Cree discernir, fugitivos en su diseño, los brazos que han de enlazarle, el cabello donde se ha de enredar, la boca que ha de envenenar la suya, el flexuoso torso que se pegará a su pecho. La mayoría de los hombres hace surgir de la oscura profundidad el amor. Mi visión, confusamente alumbrada por la fosforescencia de las ondas, es de muerte, y su boca, al acercarse a mi boca, la cuajaría en eterno hielo...
El cuerpo de mi sirena no es blanco, su pelo no es rubio: tiene su forma lo indeterminado de los senos sombríos de donde sale, y su melena se parece a la inextricable maraña de las algas, suspensas, enredadas y penetradas por esta luz líquida. Creo verla ascender despacio, ávida y amenazadora, como si me dijese: “Eres mío, no me huyas...”
-No soy tuyo –protesté-. Puedo huir. Me basta con desearlo. He jugado contigo a un juego peligroso, vasta ya. Quiero vivir. Vete...
No se iba. Agarrada a la borda con sus manos de sombra, fijaba en mí los mismos ojos magnetizadores que había fijado desde el fondo del río. Y me llamaba, me llamaba... Un sudor de angustia humedeció mis sienes, y, por un hábito pueril, por uno de esos gestos maquinales que se ha hecho en la niñez y que sobreviven a todos los procesos analíticos, demoledores, de la edad madura, bajé dos dedos, alcé otros dos y tracé sobre mi frente la señal de la cruz...
En el mismo instante el agua palideció; sus reconditeces se velaron, y como se extingue una bengala de teatro, se extinguió la fosforescencia, dejando el agua incolora, tranquila, en la densa cerrazón de la noche”.

Emilia Pardo-Bazán, La sirena negra, 1908.

MÚSICA: Milladoiro - No Cabo De Home
youtu.be/fK4UmsgWBj4

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(...)
-Como vamos a ser pies de la misma mesa, es de cortesía que sepáis mi nombre y el aquel de mi viaje. Traigo una jornada muy pesada desde la playa de Esmelle, a donde fui mandado a tratar con una de esas que llaman sirenas, de las que habréis oído historias. La cosa fue peliaguda, y en poco estuvo que no pudiera cumplir mi obligación, aunque es verdad que soy baqueano en esto de mujeres perdidas. Esta sirena que os digo era una fulana de las de más atavío entre las de su especie, y de las pocas que entre ellas salen morenas y cálidas. Tiene una historia muy larga, y ha hecho muchas perdiciones y extravíos entre los hombres.
Cebó otra vez la pipa, pidió vino y se arremangó los pantalones para poner bien al calor las piernas, que las tenía blancas y sin ningún pelo, como de moza, con la pantorrilla muy torneada. Esta pausa la aproveché para decirle que pensaba yo que eran antigüedades esas historias de sirenas, y que no se sabía de este tiempo ningún suceso semejante.
-Andas errado, barquero-dijo-. Pocas quedan y pocos las ven, pero es tan seguro que las hay como que ahora te lo digo. Mi padre me enseñó a conocerlas y a tratarlas, que él, desde muy mozo, anduvo en mi mismo oficio por el cabildo de Portugal. Esta misma que desengañé en Esmelle, la conoció él y la trató de paso en un naufragio. Era, como os dije, morena, de abundosa cabellera negra, y los ojos claros, entreverdes, grandes y almendrados- La boca os gustaría, carnosa, fresca, roja, con los dientes de nieve muy alineados, y también os gustaría el corte fino del rostro, el cuello largo, los hombros altos y redondeados, la tabla de pecho noble y rellena, si no es la cueva donde el cuello nace, y los senos, aunque algo bajos, firmes en toda abundancia. En ellos se placían las olas como en un arenal abrigado. Tenía una espalda muy hermosa y bien partida, encunada en la cintura, y el vientre como una taza. Estaba, como veis, muy competente en todas sus partes, sin olvidar los brazos largos y redondos y las manos delicadas y suaves.
-¿Y la cola? -preguntó Juan de la Cruz.
-Asalmonada, como la tienen todas estas socias -respondió el hombre gordo-. Asalmonada y larga. Encontré a doña Dorotea, que así se llamaba, recostada en la arena, peinándose con peine de oro. Me acerqué a ella con el debido respeto, quitándome la visera. Era por la mañana del pasado sábado, que estaba fresca. Ella aprovechaba una raya de sol para su tocado. El peine de oro, al pasar sus dientes por el pelo, sonaba como un laúd. Conocióme no bien me arrimé a ella.
"-¡Tú eres de la Hestantigua! -me dijo.
"-Pues por ti vengo, preciosa -le contesté. Y os aseguro que no le gustó nada mi visita. Aún no os he dicho, amigos, que soy el avisador de la Muerte en este país, lo que es decir la Muerte misma. Ni una rata se escapa de mi cesto. Ved ahí la cara de doña Dorotea. ¡Lástima que esté tan pálida y con los ojos cerrados, la buchona!
Esto dijo, y abrió el cestillo de mimbre. Allí estaba en la almohada de su pelo negro, la cara de una muerta. La miramos con temor y hasta me atreví a poner un dedo en su frente. Era una mujer muy hermosa. No he visto muerta ni viva que se le pareciese, ni difunto tan frío. (...)

Álvaro Cunqueiro, El caballero, la muerte y el diablo, 1945.

MÚSICA: Giacomo Facco - Las Amazonas de España, aria a duo "No sé qué blando temor", 1720.
youtu.be/YP78p9oBOQQ

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El Corazón de Piedra

Mirad,
éste
fue el corazón
de una sirena.
Irremediablemente
dura,
venía a las orillas
a peinarse
y a jugar a la baraja.
Juraba
y escupía
entre las algas.
Era la imagen
misma
de aquellas
infernales
taberneras
que
en los cuentos
asesinan
al viajero cansado.
Mataba a sus amantes
y bailaba
en las olas.

Así
fue transcurriendo
la malvada
vida de la sirena
hasta
que su feroz
amante marinero
la persiguió
con harpón y guitarra
por todas las espumas,
más allá
de los más
lejanos archipiélagos,
y cuando
ya en sus brazos
reclinó
la frente biselada,
el navegante
le dio
un último beso
y justiciera muerte.

Entonces, del navío
descendieron
los capitanes
muertos,
decapitados
por aquella
traidora
sirena,
y con alfanje,
espada,
tenedor
y cuchillo
sacaron el corazón de piedra
de su pecho
y junto al mar
lo dejaron
anclado,
para
que así se eduquen
las pequeñas
sirenas
y aprendan
a comportarse
bien
con
los
enamorados
marineros.

Pablo Neruda

MÚSICA: Moddi - House by the Sea
youtu.be/lX5FpPP4TSA


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