DE LA MALA GENTE
Las sirenas del Mar Jónico no eran tales, sino títeres de guante del Rey del Océano, quien hace muchos siglos usaba de teatrino (esta palabra, más bien de origen italiano, significa «teatro de marionetas») las rocas de los arrecifes de Paraxiphos. Ferdinández, quien reporta todas estas cosas en su Esplendor del Espantoso Mar, las reporta así:
"Fascinados los marinos por la belleza ilusoria de las mujeres-pez, van con sus barcos y dan en las rocas con enorme violencia. Todos mueren ahogados o hechos pedazos. Cuando los restos van a dar, revolcados y cubiertos de algas, a las playas cercanas, el Rey se quita de las manos –que son cien– los guantes enormes de piel y pelo que manejó con tanta maña para atraer a sus víctimas. Luego se levanta del fondo marino, enorme, y desde muy lejos se puede ver cómo va surgiendo: primero salen los cien brazos, y luego su cabeza de coral y su torso lustroso y azul. Si es de día se puede ver su sonrisa ciclópea, hecha de dientes de roca verdinegra."
Alberto Chimal, Siete de Sirenas, 2012.
MÚSICA: Rui Veloso - "Cruzeiro do Sul"
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EL AMOR DE LAS SIRENAS
Una de las sirenas había seguido al Arca durante varios días a través de un mar tempestuoso que prometía echar a pique la frágil embarcación a la menor falsa maniobra. A veces perdía el rastro, para luego, más adelante, encontrarlo en algún pez muerto que devoraba con fruición de un solo bocado, o en el vuelo lejano de un grupo de gaviotas que acompañaba al Arca en su ruta desconocida. Ella pensó que era como una cáscara de nuez a la deriva, o una tortuga flotando muerta o dormida en el océano.
La noche de la tormenta, al noveno día, Noé pensaba en la sirena mientras finalizaba sus notas. Recordaba los ojos huidizos que comenzaban en aquel momento a hundirse en el agua y que sabía perdidos para siempre. La memoria era un débil coleóptero sobrevolando la escasa luz del candil, una máscara gastada por el tiempo y arrojada a la calle. Recordó como en un sueño un grupo de mujeres vendidas en una subasta pública la noche del gran incendio de Alejandría. Recordó a otras que había poseído en la intimidad de una alcoba a las orillas del Tana, a otras que nunca conocería, porque sus días estaban contados como las estrellas del cielo.
Lo último que sintió al apagarse el candil y ser arrastrado por la tormenta al fondo del agua, fue la mirada más triste del mundo a su lado, la cabellera de algas verdinegras, las manos húmedas que lo desnudaban en el silencio de las profundidades y unos diminutos dientes de pez que comenzaban a devorarlo despacio, casi amorosamente.
Wilfredo Machado
MÚSICA: Great Big Sea - The Mermaid
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El padre de San Ulises fue llamado para labrar una sirena con destino a la nave capitana de unos ricos mercaderes, cretenses acaso, o genoveses. Ya había desbastado dos espléndidos troncos de roble, y machihembrado, y los armaba en la afilada proa, cuando le vinieron espesos los nuberos y quedó ciego del todo. Ulises estaba a su lado, con el martillo y la gubia, y atada al cuello colgándole sobre la espalda, la saqueta de blanco lino con la merienda. Así lo representan en mi isla, en la Catedral. La saqueta tiene un agujero, y por Pascua la llena el Deán con higos pasos y cortezas de naranja confitadas, y las madres levantan los higos hasta el hombro de Ulises, para que le roben parte de la merienda. El padre de Ulises se sentó en la arena a llorar su desgracia. ¡Y lo hermosa que pensaba poner a la sirena en la proa! En todos los puertos de la Levantía se alabaría el nombre del escultor Amintas, que así se llamaba. ¡Mejor sería no nacer, o en naciendo, morir! El pequeño Ulises acariciaba los pies de su padre. ¡Ay, dolor! Adormecido el padre en la arena, recostado contra la quilla de la nave que había de llevar la sirena en la proa, el pequeño Ulises se apartó hacia unas rocas, en las que se arrodilló a orar, y orando no se dio cuenta de que subía poderosa la marea agustina, y las aguas lo rodeaban y cubrían. Peces jugaban alrededor de su boca, oyendo acaso las palabras que el Ángel dijo a María. Pero también las oía una sirena de la mar. Estaba allí mismo, sentada a su lado, una dorada luz su largo pelo. Ulises la tomó de la mano y la hizo nadar hacia el arenal. La sirena se dejaba ir, llevada por la mano inocente. Ulises despertó a su padre, y el escultor Amintas a tientas reconoció la hermosura incomparable de la sirena. Con las yemas de sus dedos aprendió la forma, desde la combafrente a la escamosa cola, y en una larga hora, con el trémulo modelo al alcance de sus manos, pasó toda la misteriosa gentileza de la carne marina al leño, y amaneció en la proa de la nave la sirena... Carpinteros de ribera y marineros pasmaron ante tanta belleza. Se hizo célebre la sirena. Amintas era citado por ella.
-¿Y habló la sirena con San Ulises niño? -preguntó Laertes.
-No. Por la gracia de Dios, Laertes, aquella sirena era muda. Solamente habló su cuerpo en las manos de Amintas, y las manos recordaban y alteraban en el hombre maduro las memorias, y lo sobresaltaban terribles deseos. Hablaba, como ebrio, de ir a los abismos marinos a recobrar aquella carne acariciada, y la luz.
Álvaro Cunqueiro, Las mocedades de Ulises, 1960.
MÚSICA: Alegría Dio'la dea! - Caamaño&Ameixeiras + Fetén Fetén
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Las olas eran de una mansedumbre sorprendente: olas de cartel de propaganda, recortaditas, con sus penachos blancos apenas iniciados; tan iguales y geométricas como si un pintor, previamente, las hubiera estilizado. Y al romper sobre la orilla, lo hacían con femenil delicadeza, como pidiendo permiso a las arenas rubias o a los verdosos peñascos que cerraban la bahía. En aquel mar apacible, todo era benévolo, hasta las mismas sirenas, que en vez de seducir a los hombres con sus cánticos hipnóticos, como es su obligación, les ayudaban en las faenas de pesca, sin exigir más honorarios que unas palmaditas en la espalda, y, todo lo más, una cita nocturna y clandestina, pero en la playa, donde la tierra ya empieza a verdear, para que el varón no acuda inquieto de temores.
Gonzalo Torrente Ballester, Ifigenia, 1949.
MÚSICA: Maneo de Cambre - Caamaño&Ameixeiras feat. Sílvia Pérez Cruz + Carola Ortiz
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Xa temos falado noutro momento de como os Torrado se fixeron co vello priorado agostiño da Modia e como pouco a pouco se foi parcelando e desfacendo aquel predio ao punto de faceren uso tamén da pedra do edificio e muralla para acometer a construción da súa casa na Cabana, esta que podemos ver na fotografía. É un tipo de edificio bastante sinxelo seguindo unha liña eclecticista, destacando na fachada sur os dous escudos asombrados por unha pérgola que abeira a terraza. Un dos escudos é moi semellante ao que se colocou na chamada Casa da Cabana e ao que se pode ver na fachada principal do Pazo de Torrado, coas armas desta familia sostidas por unha serea tenante alusiva aos Mariño de Lobeira. O outro alude á familia coa que entroncaron estes Torrados, descendente da casa da Pena en Vilariño, no concello do Pereiro de Aguiar.
MÚSICA: Leonard Cohen - So Long, Marianne
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