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User / SINDO MOSTEIRO / Sets / Pontevedra
Sindo Mosteiro / 51 items

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Universo en equívocos:
minerales en flor,
bogando por el cielo,
sirenas y corales
en las nieves perpetuas,
y en el fondo del mar,
constelaciones ya
fatigadas, las tránsfugas
de la gran noche huérfana,
donde mueren los buzos.

Pedro Salinas, La voz a ti debida, 1933.

MÚSICA: Antonio Vivaldi - Veni, veni me sequere fida (Juditha Triumphans)
youtu.be/zM0-tT8ghvA

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A aquella hora, un cielo oscuro, plomizo, aplastaba la ciudad y se extendía por encima de la mar, hasta la herida sangrienta del poniente, y también era negro el océano, aunque las crestas de las olas se encendiesen un poco de carmín: como los cuerpos blancos, elásticos, de las gaviotas perseguidoras del sol. Inmensa soledad, melancólico espacio inmensurable, el ritmo del pleamar llenaba el ámbito, y la herida del sol al alejarse ablandaba las púrpuras. Volaba un viento débil, del Sudeste, caliente y húmedo, un viento salobre de salseros. Del Norte empezaban a llegar, débiles como una ilusión, poderosos más tarde, himnos corales de gran envergadura melódica, con matices de nácar y de verdosa piel mojada: se acomodaban al compás de habanera de las olas e incorporaban su rumor como discanto; y aquel maëlstrom de músicas se levantó a las escalas más altas, se reforzó con las submarinas, cuando hacia el Oeste, menuda aún, pero concreta, apareció la barca que traía a don Jerónimo Bermúdez, aclamado en seguida, si bien erróneamente, como vencedor del dragón Asclepiadeo que había devorado a las últimas sirenas.

Gonzalo Torrente Ballester, La saga/fuga de J. B., 1972.

MÚSICA: Zoë Conway and John Mc Intyre - Faoiseamh a Gheobhadsa
youtu.be/LwGL1p3cB4g

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“Pausadamente, la barca corta la sábana de lumbre pálida y verdosa... Caigo en pleno ensueño. Por última vez –a mi mismo me empeño la palabra- me entrego a esas conversaciones interiores, en que dialoga mi doble yo. Por última vez fumo opio... Dejo colgar el brazo sobre la borda, y al rozar el agua parece mi derecha bañada en un livor sobrenatural, la estela del barco es un trazo prolongado de lumbre, como el rastro de un cometa en el firmamento. Es preciso que yo diga adiós a los antiguos fantasmas, mis preseguidores, mis tétricos amigos; es preciso que salga de mi espelunca, y no vuelva más a ella; tengo que transmigrar y encarnarme en esposo, en ciudadano.
El agua se engalana como para un funeral con esta luz mortuoria, que me recuerda la tez de espectro de Rita Quiñones; y de entre las praderías de algas, donde ondulan vegetaciones de pesadilla, una forma se alza, semejante a una de esas vislumbres que tiemblan al movimiento de las múltiples capas de agua, y cuyas líneas se disuelven, entre las gasas trémulas y fingidas, velo de los abismos. El que ve surgir una de esas apariciones inciertas y borrosas, hijas del consorcio de la fantasía con lo real, nunca deja de atribuir a la visión la forma femenina. Cree discernir, fugitivos en su diseño, los brazos que han de enlazarle, el cabello donde se ha de enredar, la boca que ha de envenenar la suya, el flexuoso torso que se pegará a su pecho. La mayoría de los hombres hace surgir de la oscura profundidad el amor. Mi visión, confusamente alumbrada por la fosforescencia de las ondas, es de muerte, y su boca, al acercarse a mi boca, la cuajaría en eterno hielo...
El cuerpo de mi sirena no es blanco, su pelo no es rubio: tiene su forma lo indeterminado de los senos sombríos de donde sale, y su melena se parece a la inextricable maraña de las algas, suspensas, enredadas y penetradas por esta luz líquida. Creo verla ascender despacio, ávida y amenazadora, como si me dijese: “Eres mío, no me huyas...”
-No soy tuyo –protesté-. Puedo huir. Me basta con desearlo. He jugado contigo a un juego peligroso, vasta ya. Quiero vivir. Vete...
No se iba. Agarrada a la borda con sus manos de sombra, fijaba en mí los mismos ojos magnetizadores que había fijado desde el fondo del río. Y me llamaba, me llamaba... Un sudor de angustia humedeció mis sienes, y, por un hábito pueril, por uno de esos gestos maquinales que se ha hecho en la niñez y que sobreviven a todos los procesos analíticos, demoledores, de la edad madura, bajé dos dedos, alcé otros dos y tracé sobre mi frente la señal de la cruz...
En el mismo instante el agua palideció; sus reconditeces se velaron, y como se extingue una bengala de teatro, se extinguió la fosforescencia, dejando el agua incolora, tranquila, en la densa cerrazón de la noche”.

Emilia Pardo-Bazán, La sirena negra, 1908.

MÚSICA: Milladoiro - No Cabo De Home
youtu.be/fK4UmsgWBj4

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Todo aquí es paganía. El mármol que el arado
descubre, cuando abre el surco de la siembra,
el rijar de las cabras y chivos en el prado,
el perfume que pone en el pecho la hembra
lozana, y la fontana -¡Sirenas y tritones
de piedra!- Y la olorosa rosa que da el laurel,
y la música de las livianas canciones,
y la abeja de oro, y el panal de su miel.
Todo aquí es paganía, y hasta el sol es pagano,
y la tierra materna que da la mies y el grano.

Ramón María del Valle-Inclán, Cuento de abril, 1910.

MÚSICA:Ad Astra Ensemble & Guests - Bearna Mheabh
youtu.be/vy7gTIsm-Es

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(...) Una de estas calles era La Barrilería, Calle de la Sierra y ahora César Boente, en donde los baldeiros que había se dedicaban de forma especial al arreglo de los barriles y tinajas del vino. Era una estampa típica la que allí presentaban los talleres con los bocoyes y barriles pequeños alineados en las proximidades de sus puertas, esperando el turno para ser arreglados (...).
Sus límites eran los de la actual Calle César Boente. En el ángulo derecho, desde la Calle Sarmiento, había un comercio de telas conocido por el nombre de Os Servilleteiros, que, en la parte de La Barrilería, los de la misma familia tenían una carpintería y más tarde un taller de zapatería. Muy lejano el recuerdo de dos chicos de esa casa, uno de ellos Antonio, que fueron conmigo a la escuela de don José Gay. En el segundo piso de esa casa vivía Jorge, otro chico de los del grupo de la Plaza de la Verdura. Colindaba con la casa de los Servilleteiros la fábrica de Gaseosas de Barros Franco, ocupando la casa blasonada que fuera habilitada para Asilo, después de haber sido por mucho tiempo fonda y parador de los arrieros y carromateros, que en los fondos del patio central de la posada tenían la cuadra donde dar el descanso a las reatas. Estas dependencias las aprovechaban los de la fábrica de gaseosas para cobijar los tiros de caballos de la carroza y carrillo que utilizaban para repartir y llevar las cajas de gaseosas y sifones. Gaseosas en botellas de grueso cristal con cierre interior a presión de bola de cristal, que se aprovechaba para jugar a las bolas. Tengo presente, en la fábrica, a un señor cojo que con frecuencia se le veía, sentado ante una envasadora, atareado en el trabajo de la máquina.
Al otro lado de la calle, frontero a la fábrica de gaseosas, había un baldeiro en cuyo taller se hacían y arreglaban los recipientes de madera, tanto en uso para el agua como para el vino. Entretenido el ver la preparación de las duelas, su adaptación a los fondos y su modo de hacerlas arquear, después de calentarlas con el fuego que se preparaba con las virutas y las pequeñas porciones de madera que quedaban al trabajar las duelas. Rápida la medida y cierre de los arcos, hechos de fleje galvanizado y empalmados con remaches de hierro. Monótona la sinfonía de los golpes de martillo sobre el yunque, para moldear los arcos, y la del martillo en el chazo para ajustarlos a los baldes o a los barriles. Después de la fábrica y del baldeiro estaba la casa y el taller del Sr. Alejandro O Bauleiro, porque se dedicaba a la construcción de baúles, y también hacía muebles de encarga. Conocida la amabilidad y el gracejo del Sr. Alejandro, con su pelo blanco y su bigote y perilla bien cuidada. La casa del Sr. Alejandro era la única que conservaba los tradicionales soportales, que ahora han desaparecido, colindando con un pequeño comercio de artículos alimenticios y un taller de zapatería, que aún perdura, y una tabernita, que se trasladó a otro sitio, al construir la casa que forma el ángulo entre la Barrilería y la prolongación de la Calle del Arco. En el lado opuesto, la casona de los escudos, que tanto nos llamaba la atención por la sirena que hay en uno de ellos, donde vivía y ponía escuela doña Nemesia Parada, la madre de la pianista pontevedresa Teresita Parada. En el bajo principal tenía su Academia la Banda Municipal y en otro más pequeño su taller otro de los baldeiros de la Barrilería. Ya en el extremo de la calle, dando frente, por un lado, a la fábrica de curtidos de Echevarría, estaba la fábrica de lejías de Hinojal, el que fue alcalde de la ciudad, y su fábrica, por este motivo, sirvió de tema, en alguna ocasión para las coplas de una comparsa de Carnaval y las canciones de los Mayos (...).
Por todo esto las evocaciones que encierra la calle de La Barrilería son muchas, para los que tenemos en el recuerdo la fábrica de curtidos de Echevarría; la de lejías de Hinojal; la de gaseosas de Barros Franco; el taller de baldes y barriles del baldeiro; el de baúles del Señor Alejandro; la carpintería y el comercio de los Servilleteiros, y todo ello en una calle con dos casonas blasonadas que nos hablan de los Mariño de Lobeira, de los Sotomayor y Montenegro, la una, y de los Camaño y Mendoza, la otra, mientras las amas de casa siguen pasando, hoy con prisa, sobre el empedrado de su pavimento, camino del nuevo Mercado, de la misma manera que iban, antes más lentamente, hacia la Plaza del Pesacado. La ruta es la misma, pero el impulso de la vida es completamente distinto, efecto de esas interminables variantes que los adelantos y el progreso trajeron al desenvolvimiento de los purblos, que dejaron de oír el lento martillero de los talleres de artesanos, que daban nombre a las calles en donde estaban, para enloquecer con el ruido de los coches que suben, bajan y aparcan en las calles estrechas, sin reparo alguno, entorpeciendo el paso de los peatones y rompiendo el equilibrio que piden las silenciosas piedras de las calles cargadas de historia.

Hipólito de Sa Bravo, Estampas pontevedresas (recuerdos de mi niñez), 1977.

MÚSICA: Julie Fowlis - Danns' a Luideagan Odhar
youtu.be/3d8qstX9XcY


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