Francisco Leiro exhibe también una condición como hombre misterioso del bosque a la sombra de los rascacielos de Nueva York donde ha trabajado durante más de diez años. Es sabido que el aire poderoso de esta ciudad acaba por modelar el rostro, los ademanes, la forma de pensar y de estar en el mundo de la gente que la habita. No en su caso. Este artista ha pasado por ese bosque con el mismo carácter galaico sin que los sueños de su niñez se hayan visto alterados un ápice por la sustancia neoyorquina. Su personalidad puede desafiar cualquier influencia que no provenga del fondo de la tierra de sus antepasados.
Hay que imaginarlo entre Brooklyn y Manhattan con la cabeza llena de fantasmas de madera atravesando las avenidas de Nueva York como un leñador rudo y a la vez esteta refinado, el hacha al hombro, camino de la galería Marlborough sin que las luces de Broadway vertidas sobre su cabeza lleguen nunca a deslumbrarlo, como ha sucedido con otros artistas más maleables. Leiro en Madrid no deja nunca de ser de Cambados y en Cambados no deja nunca de ser de Nueva York y en Nueva York no deja nunca de ser de Madrid, sin importarle nunca el lugar donde habite siempre que le permitan esculpir gigantes, sombras, seres poseídos por la bestialidad de la naturaleza, asomados al vacío del aire, mediante un expresionismo que en este gallego emana poder, voluntad, pulsión vital de una musculatura a punto de estallar.
Manuel Vicent, El País, 21/II/2016
MÚSICA: The Barr Brothers - Song That I Heard
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