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Entre las reliquias que la Cristiandad guarda, una se conserva en Mostar de Croacia, cuya misma inverosimilitud la hace verdadera -y quiero que se tome el término en toda su extensión-. Se trata de un pajarillo de barro que Jesús modeló cuando era niño, y que la Virgen María tenía con ella en Éfeso, cuando se durmió. Era un poquillo de barro colorado de Nazaret, al que de los dedos del Niño le brotaron unas alas vivaces y una abierta cola, y la gracia de una cabecita redonda y un apuntado pico. Tengo para mí que ese poco de barro cocido, cuando quiera, puede volar, y colocarse, si le apetece, de ave americana, y si es de su gusto, cantar. Bastaría, quizás, para que cantase, que hubiese en Mostar, tal noche como la de mañana, un infantil e ilusionado oído atento. Si tal noche como la de mañana todos los hombres del mundo amasen tener un infantil e ilusionado oído atento -eso es cosa de oír con el corazón, oír de corazón a corazón-, quizás el pajarillo de barro de Mostar se oyese en toda parte, en toda nación, en todo hogar. Pocas cosas más urgentes tiene uno que hacer que predicar inocencia, humildad y esperanza. Si yo fuese un gran escritor, podía permitirme el lujo de ser monótono y predicar tales humanidades cada día. Todo auténtico escritor es majestuosamente monótono, y en sus páginas, como quiera Cesare Pavese, rige una ley formal de fantasía que transforma los más diversos materiales en figuras y situaciones que son siempre las mismas. Pero hoy no es día de crítica literaria: es día de aprender a cantar un villancico y de decir con alegre voz a quien va por el camino: ¡Felices Pascuas!
Álvaro Cunqueiro, La Voz de Galicia, 23/XII/1956.
MÚSICA: Origem tradicional - Entrai, Pastores Entrai
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